Griñán y la compasión

Después de la decisión de la Audiencia de Sevilla de suspender el ingreso en prisión del expresidente de la Junta de Andalucía,  José Antonio Griñán, comenzaron a llamear incendios de indignación, espacialmente desde la derecha política, pero también con grandes chisporroteos en la izquierda. ¿Cómo es posible? ¿Se va a librar de la prisión por decir que tiene un cáncer? No, si ya sabía yo que ese no entraba en la trena. Que devuelva la pasta y después se cure. Han llovido en las redes sociales millares de lindezas semejantes. Impresiona. Impresiona porque estas expresiones pretenden ser muestras de indignación cívica, aunque en ellas burbujea una rabia espeluznante. Yo he confiado mucho en la indignación durante mi vida adulta. Un ser humano incapaz de indignarse ante el horror del mundo es un testimonio de egoísmo e inutilidad. Pero sin descreerlo del todo pienso ahora que la compasión es y sobre todo puede ser no solo una actitud moral, sino una forma de compromiso cívico. Albert Camus decía que durante su biografía – más bien corta – había pasado precisamente de la pasión a la compasión. Creo que le ha ocurrido a todos aquellos que no han decidido prescindir de los demás como de una mala costumbre.

A Griñán le diagnosticaron cáncer de vejiga el pasado diciembre después de varas pruebas diagnósticas. Basta una brizna de comprensión para entender el mazazo que supone para una persona a punto de entrar en la cárcel enterarse que si su libertad está amenazada también lo está su vida. El expolítico presentó sus certificados médicos, la autoridad judicial ordenó una consulta y unas pruebas y, finalmente, se decidió que Griñán siguiera el tratamiento radiológico – e imagino farmacológico – que se le había prescrito, al término del cual se estudiaría de nuevo su situación personal para dar comienzo a su condena o establecer un nuevo aplazamiento. Porque contra las babas sulfúricas de los indignados sería conveniente aclarar que no se ha anulado la condena del expresidente y exconsejero de Hacienda: solo se ha pospuesto mientras recibe el tratamiento médico. Griñán es un enfermo oncológico que lucha por su vida sometido a graves limitaciones físicas y si consigue sobrevivir todavía le esperan seis años prisión. Berrear que podría recibir la dosis radiológica en un hospital cercano y luego ser trasladado a su celda o a la enfermería del centro penitenciario se me antoja de una crueldad realmente miserable.

La compasión exige comprender al otro, Comprender en todo lo posible al que sufre, al que desespera, al que es explotado, humillado, burlado, violado, aplastado. No se trata de tolerar su dolor o remitirlo a una oficina pública, sino de entenderlo cabalmente, un camino difícil pero necesario para identificar nuestra humanidad común. La compasión es previa y es posterior a la sentencia de un tribunal. Muy pocos no la merecen. Esta compasión comprensiva y activa es, como sostiene Aurelio Arteta en un libro magnífico, el indicativo esencial de la solidaridad, porque refuerza los valores, los vínculos afectivos y las lealtades compartidas de una comunidad de individuos. Somos compasivos porque somos muy parecidos y, a la vez, porque no somos iguales. Cuando en el caso de José Antonio Griñán se argumenta (es un decir) que otros enfermos con cáncer reciben tratamiento mientras cumplen su pena de prisión lo único que siento es asombro. Porque es así, en efecto, pero esta circunstancia debería llevarnos a exigir los cambios necesarios en los reglamentos penitenciarios para que no ocurriera en ningún caso. Recuerdo que uno de los empresarios condenados por el caso Las Teresitas murió en prisión después de sufrir una durísima enfermedad terminal. Solicitó varias veces la libertad para fallecer en su domicilio, pero le fue negada. Esa madrugada, después del último estertor en una cárcel de La Palma, todos debimos sentirnos un poco canallas. No fue así.   

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Un anuncio de purísima nada

En los viejos tiempos, cuando la Agrupación Herreña Independiente dominaba casi hegemónicamente la política de la isla, Tomás Padrón, el fundador y máximo responsable de sus éxitos pasados y de su actual agonía, tocaba de vez en cuando el tambor para anunciar solemnemente que la AHI no se presentaría a las elecciones con Coalición Canaria. En realidad lo hizo apenas un par de veces, cuando a través de este pequeño ritual acallaba o justificaba críticas y ahormaba voluntades.  En CC lo entendían y nadie le daba la menor importancia. Ahora Javier Armas, el fundamentalmente tedioso secretario general de AHI, ha hecho lo mismo y la reacción ha sido parecida.  AHI jamás se ha diluido en Coalición Canaria, una organización política de la que se considera asociada, pero con una ilimitada autonomía política y organizativa. En El Hierro no existe CC. Los que presentan esto como un notición están ligeramente despistados.

Armas ha tocado la pandereta –el tambor le queda grande – como gesto retador hacia David Cabrera, un excompañero que decidió salirse de AHI con un grupito de militantes que cabían en una quesadilla y fundar una agrupación de electores. Cabrera, aunque nunca lo pretende, es un tipo divertido. Imagínense que se convocara un concurso de imitadores de Tomás Padrón con ocasión de La Apañada, en el hermoso pueblito de San Andrés. David Cabrera lo ganaría sin esfuerzo. Imita a Padrón en sus gestos, en sus andares, en sus énfasis, en su ratonil sonrisa. Y es  más gracioso todavía porque no se da cuenta. O no lo parece. Cabrera creía que él debería dirigir la Agrupación Herreña. Era – como Keanu Reeves — el Elegido. Y sin embargo ninguno de los mandamases reparó en ello. Así que decidió presentarse por su cuenta y a Narvay Quintero y Javier Armas se les heló la sangre en las venas cuando la plataforma de Cabrera consiguió cuatro consejeros en el Cabildo frente a los tres de AHI. Para evaluar correctamente la debacle cabe recordar que en 2015 Agrupación Herreña había conseguido el triple de votos y seis de los trece consejeros de la corporación insular. Cabrera firmó un acuerdo con el PSOE y Belén Allende, esa bomba lapa o lapa bomba que dejó instalado en la AHI Tomás Padrón, se quedó varada en la oposición. Pues bien, tres años después, Casimiro Curbelo, criatura decididamente insaciable, se acercó a Cabrera para que su flamante partido, Asamblea por el Hierro, se coaligue con el floreciente chiringuito curbelista, la Agrupación Socialista Gomera, de manera que juntos sumasen cuatro diputados en el Parlamento que se elegirá en mayo. Y dijo que sí. A cambio el líder gomero le ha prometido apoyo técnico y respaldo financiero para su campaña.

Y ahí cobran sentido las advertencias campanudas de que AHI concurrirá en solitario a las elecciones, como si hubiera ido con alguien desde 1979.  Tú, Cabrera, irás bajo el ala oscura de Casimiro, que te embriagará con sus almogrotes y sus fogaleras, pero nosotros somos libérrimos e iremos solos, con nuestro amor leal a la isla como única compañía. Yo creo, sinceramente, que Armas y sus compañeros se equivocan. Se equivocaron antes, porque hubiera bastado con ofrecer a Cabrera el número uno a la Cámara regional para que acabase todo en un santiamén. Y se equivocan ahora porque la AHI puede y debe defender su autonomía estatutaria y, al mismo tiempo, explicar los beneficios que le ha reportado a los insularistas herreños su asociación a un proyecto de ámbito canario, las AIC primero y Coalición Canaria después. Las viejas tácticas, disimulos y retóricas ya no valen y son David Cabrera y Casimiro Curbelo –su nuevo padre padrone – los que se han dado cuenta antes. Antes que Narvay Quintero y Javier Armas y antes de las elecciones.

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La meada como seña de identidad cultural

El ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife pretende multar con hasta 750 euros a aquellos y aquellas que meen en la calle durante los carnavales. En realidad la sanción está contemplada en la nueva ordenanza municipal de limpieza, que entra en vigor en pocos días, y que también incluye como penalizable fumar en la playa, escupir en la vía pública o depositar basura fuera de los contenedores.  Estos tres últimos objetivos son muy razonables y lo que asombra es que todavía no estén sancionados. Lo de mear en la calle, y no solo en carnavales, en cambio, es un rasgo antropológico de los chicharreros, y me temo que incluso contando con unidades de zapadores del Ejército de Tierra  no se podrá suprimir.

Todo el mundo mea durante los Carnavales regando con  hectolitros de orina las calles, jardines, parques y plazas del centro de Santa Cruz de Tenerife. Todo el mundo supone, como mínimo, el 90% de la población. Esta costumbre, elevada ya a rito de paso, piedra angular de nuestra fenomenología del espíritu, comenzó a practicarse ampliamente en los años setenta, cuando los carnavales iniciaron su masificación y se transformaron en grandes bailes al aire libre. Antes, durante el franquismo, y con muy raras excepciones, las fiestas carnavaleras se celebraban en casinos, clubes, sociedades recreativas y recintos más o menos cerrados. Llevamos aproximadamente medio siglo meando las calles durante las carnestolendas pero debe admitirse que el chicharrero siempre has tenido cierta inclinación hacia  orinar por las  esquinas. Quizás sea una manera de marcar territorio, como hacen otros mamíferos. Probablemente el santacrucero intuye –y no le falta razón del todo —  que su ciudad apenas existe – encontrará usted muy poco de Santa Cruz en la literatura, la música o el cine local —  y necesita una prueba de que, de alguna manera, la puede poseer, la puede vivir, le puede dejar huella, aunque sea apretando los esfínteres. Especialmente en su barrio, porque aquí el vecino mea en su querido barrio, como en carnavales se mea, si la prisa no impone otra cosa, en calles y portales conocidos y, por tanto, tranquilizadores e incluso reconfortantes. Los conozco que han cambiado de trabajo, de casa, de pareja y de drogas pero siempre mean fielmente, con la mascarita puesta, en los mismos sitios año tras año.

Durante la primera noche de las fiestas los chichas son prudentes, pero pronto, muy pronto, se acaban  finezas y comedimientos y  terminarán meando en los portales, parapetados tras los contenedores de basura, explorando los parterres como el doctor Livingstone supongo, transformando las farolas en mingitorios,  miccionando desde lo alto de un vehículo disfrazado de carroza, licuándose vivo en las puertas de las iglesias y de los colegios. Una tradición oral cuenta que dos meones encontraron la puerta de una vivienda particular abierta en la calle Cruz Verde y entraron a toda velocidad pero no llegaron al baño y lo hicieron en un pasillo a oscuras, pero lo que yo pude ver, escuchar, oler fue a una piba disfrazada coherentemente de cerdita ocultando su enorme trasero detrás del cañón Tigre para emprender “una larga y cálida meada”, como escribió Alvaro de Laiglesia, ese olvidado  poeta de La Codorniz. Mear callejeramente en los carnavales es entendido como una rutina fisiológica plenamente integrada en la identidad de la fiesta. Tal vez el acto de libertad o de libertinaje más universalmente practicado desde la Cabalgata Anunciadora hasta el Domingo de Piñata (todo en mayúscula). En unos carnavales, al borde ya de la borrachera, le pregunté a un periodista muy inteligente si creía que en el Santa Cruz carnavalero se orinaba más que lo se fornicaba. Se rascó la cabeza, asintíó ligeramente y me dijo: “Espérame un rato, que voy a mear”. Setecientos cincuenta euros por mear en la calle. O queman el ayuntamiento o el gobierno municipal podrá suprimir todos los tributos y tasas municipales.

 

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Canarias y el final oscuro de un ciclo político

Mi problema –como el de millones de ciudadanos – es que no me fío. Mi problema, expresado como lo hizo Felipe González hace año y medio, hasta que los mismos que lo desoyen lo enaltecieron en el cuarenta aniversario de la arrolladora victoria electoral de 1982, es la aguda sensación de orfandad representativa. Lo que hay que hacer responsablemente, después de las insensatas acusaciones de golpismo entre socialistas y conservadores, es recordar la Santa Transición, pedir cordura, reclamar sensatez y moderantismo democrático. Núñez Feijóo no es Bolsonaro, Pedro Sánchez no es Pedro del Castillo. Todo eso es cierto y, sin embargo, en España se intentó en 2017 un golpe de Estado que tenía como objetivo central abrogar la Constitución en una comunidad autónoma y desgajarla del resto del territorio español. Un golpe posmoderno, como lo describió Daniel Gascón, aunque después se decidió, desde el mismísimo Gobierno, que nunca había existido, pese a la sentencia del Tribunal Supremo, y si existió un poquito fue apenas lo suficiente como para indultar a los responsables. Sin duda esto no es Brasil, esto no es Perú, esto no es el reino tenebroso de Trump, pero tampoco es una situación de plena e irreprochable normalidad democrática. Y todos lo sabemos o lo intuimos. Intuimos y sabemos que desde hace unos años andamos a ciegas y empapados de vapores populistas  entre un orden en crisis, boicoteado por la propia oligarquía política que ha partidizado las instituciones públicas de los tres poderes del Estado, y un futuro indiscernible que heredará todo los problemas y conflictos indefinida, peligrosamente pospuestos.

La solución de Mariano Rajoy al secesionismo catalán fue no hacer nada para evitar la debacle.  La solución de Pedro Sánchez es que nada pasó, y mucho menos una debacle. No hay un solo dirigente socialista que no asuma el lenguaje dadaísta (y malicioso) impuesto por el sanchismo. Acabo de escuchar a uno en Onda Cero, un pendejo madrileño lengüilargo, que lo de Cataluña en 2017 ocurrió con un Gobierno del PP. Es una frase de una miseria semiótica impresionante. La locución lo de Cataluña  está destinada a no retratarse por el medio de negarse a decir, precisamente, lo que ocurrió. Se cita al PP como si fuera la explicación causal de la delincuencia independentista. Es una memez. Que le pregunten a ERC, a Junts o a la CUP si no hubieran seguido adelante con su compromiso en el caso de que el PSOE hubiera estado al frente del Gobierno central en 2017. Lo más asombroso del mendrugo madrileño es que acto seguido recuerda que el PSOE apoyó en el Congreso de los Diputados del artículo 151 de la Constitución, es decir, la suspensión de las competencias autonómicas en Cataluña. Y todo es así: un miserabilismo argumental estúpido,  un avestrucismo pueril, una voluntad de engaño y estafa política e intelectualmente grotesca.

 Estamos apenas apurando una prórroga en la marcha oscura y no declarada hacia una mutación del sistema político e institucional español. Se celebran elecciones (en mayo las locales y autonómicas, en diciembre las generales) cuyos resultados sin duda influirán directamente en un proceso que terminará afectando a la estructura territorial del Estado, a la reconfiguración de ámbitos competenciales, al modelo de cogobernanza y a sistema de financiación autonómica, se produzca una involución neocentralista o una deriva federalizante. Canarias se encuentra en una situación singular y delicada y no puede resignarse a ser parte pasiva en lo que vendrá. No veo que fuerzas políticas legítimas, pero obviamente sucursalistas, puedan garantizar en este contexto de cambios tácticos y estratégicos en el espacio público español los intereses de Canarias. Se entiende ahora que el nacionalismo es una tercera fuerza indispensable aquí y ahora que, por desgracia, sigue fragmentada.   

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La realidad es la oposición

La realidad siempre trabaja para la oposición. Como político veterano (y singularmente dotado para escapar vivo: hubiera sobrevivido en Auschwitz siendo rabino) Blas Trujillo lo tiene muy asumido. La respuesta solo puede ser ignorarla aunque parezca que se habla de ella constantemente. En el campo de la sanidad pública, que en los últimos años ha sido su negociado, Trujillo está vendiendo ahora la regularización de las plantillas del Servicio Canario de Salud como un éxito arduamente conseguido. Acabar con la temporalidad. Convertir en funcionarios o laborales fijos a más de 4.600 efectivos el próximo año a través de la ley de presupuestos generales de la Comunidad de 2023, donde se introdujo una “disposición” por la cual el Gobierno autónomo creará de aquí al 30 de marzo “las plazas que respondan a necesidades estructurales  como consecuencia del incremento de las exigencias asistenciales”. Respecto al follón en el Hospital Universitario de Canarias pues se van a realizar 1.052 nombramientos hasta el mes de abril, aparte de los profesionales ya regularizados en 2018 y 2021. Sin quitarle ningún mérito al señor Trujillo y su equipo, no parece procedimentalmente muy complejo. Se introduce una “disposición” en la ley presupuestaria en un caso, se llama a los eventuales desde la dirección del HUC para formalizar nombramientos y reclamar las firmas en otro. Sobre todo no conviene olvidar que lo que mejora inequívocamente es la condición laboral de los profesionales sanitarios, no la condición asistencial (patológica, diagnóstica o quirúrgica)  de los pacientes.

Porque la gestión de Blas Trujillo, antes y después de la etapa de Conrado Domínguez al frente de SCS, resulta claramente insatisfactoria, y en ciertos ámbitos delicados, un fracaso poco cuestionable. Meter muchos millones de euros más en la maquinaria del SCS, estabilizar plantillas y contratar a cientos de profesionales no conduce inevitablemente a una mejora de la gestión y Trujillo lo está demostrando cada día: baste señalar cómo ha empeorado la saturación tradicional de las urgencias o el escaso impacto del Plan Aborda en la Atención Primaria o de la inanidad de las medidas tomadas para disminuir las listas de espera. Cualquier usuario de la sanidad pública canaria en los últimos meses puede comprobar que la situación no ha cambiado en lo sustancial ni cualitativa ni cuantitativamente pese al muy considerable esfuerzo presupuestario realizado por el Ejecutivo. No es cuestión (ahora mismo) de dinero, sino de agilidad e inteligencia en la gestión, de modelo de administración sanitaria, de capacidad técnica y operativa en lo organizacional y lo procedimental. Una gestión mediocre, continuista, con una planificación ajena a la realidad y que atravesó el terrible shock de la pandemia del coronavirus  — que sigue ahí pese a los esfuerzos de Trujillo de trivializarlo estadísticamente – puede consumir y de hecho está consumiendo a una velocidad pasmosa todos los recursos financieros que se les eche.

Ocurre algo similar en la educación: la obsesión de la contratación como mecanismo sustitutorio de una gestión eficiente y eficaz. No, no es suficiente contratar a otros 2.000 enseñantes. No lo es ni de lejos si se sigue negando incomprensiblemente a las universidades un contrato-programa, si no se diseñan los currículos en tiempo y forma, si la Consejería de Educación ni siquiera es capaz de abonar lo adeudado a los empresarios del transporte escolar después de años de promesas y postergaciones. Al presidente Ángel Víctor Torres le parece “llamativo” que el transporte escolar haga paro “cuando se le va a a pagar”. No, presidente. Lo llamativo sería que hicieran paro después de pagarles. Que no es lo mismo. Ni siquiera en Arucas.        

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